El oxígeno que respiramos proviene de ellos, pero están contaminados por cafeína o antibióticos.
Debemos entender que los océanos son esenciales para la vida humana. (Foto: Getty Images)
Patricia Beddows no tenía idea de lo que encontraría al analizar las aguas subterráneas en el arrecife de Quintana Roo.
Su objetivo era conocer la biodiversidad de microorganismos, pero −atónita− la directora del programa de Ciencias de Medio Ambiente de la Universidad Northwestern, en Estados Unidos, descubrió que la delicada biota nadaba en agua contaminada con cafeína, medicamentos y hasta cocaína. ¿Qué hacían allí?
“Es lo que toma la gente que vacaciona en el arrecife. ¡Lo dejamos en el agua con nuestra pipí!”, dice Elva Escobar, investigadora del Instituto de Ciencias del Mar de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien lidera un panel de expertos del programa Década del Océano, de la Organización para las Naciones Unidas (ONU). “Nuestra forma de vida y cultura repercuten en el mar”.
Antibióticos, antiinflamatorios, analgésicos y más de 40 productos farmacéuticos y cuidado personal son hallados en corrientes de agua y ríos que desembocan en el mar. Así lo atestiguan estudios, como el de Pabel Cervantes en 2022, investigador de la Escuela de Ingeniería y Ciencias, en el Tec de Monterrey Campus Puebla.
Estas sustancias se suman a materiales vertidos por la industria, plástico, aguas cloacales y más, que dañan los océanos.
“Los antibióticos y antifúngicos destruyen los microorganismos que son el sustrato del alimento de los peces. A su vez, inhiben su metabolismo digestivo, lo que les impide realizar sus funciones vitales”, explica Cervantes.
Los humanos estamos al comienzo y final de esta cadena. “Los fármacos en peces no se monitorean. Quizás estemos consumiéndolos al comerlos”, señala.
El principal sistema de soporte en la vida terrestre son los océanos. El oxígeno que respiramos proviene de ellos; también estabilizan el clima. Pero han sufrido “un daño grande y rápido”, denuncia Escobar.
Cambio climático, sobrepesca, plásticos, contaminantes, sedimentos arrastrados a los ríos debido a la deforestación y la agricultura intensiva, así como cargas tóxicas de las aguas residuales, protagonizan una fotografía aderezada con montones de basura furtiva.
Esto es tan grave que “en las investigaciones en el Mediterráneo, se halla más plástico que animales”, dice Angelika Brandt, experta en biodiversidad. Ella dirige, junto con Escobar, el programa de Océanos Sanos para 2030 de la ONU.
“Las medidas tomadas en el mundo son insuficientes”, alerta Miguel Ángel López Zavala, investigador del Centro del Agua para América Latina y el Caribe.
“El 60% de los arrecifes coralinos está amenazado. Según un estudio de la ONU, entre 1970 y 2014, los arrecifes de los 90 hábitats más importantes se redujeron a la mitad y, para 2024, se espera la afectación de la totalidad”, informa.
La muerte de cada arrecife supone la desaparición de todo un ecosistema, con repercusiones para el planeta. Y es que, cuando aumenta la cantidad de CO2 en la atmósfera, más se acidifican las aguas marinas, porque este entra en contacto con la superficie del mar; de hecho, se espera un aumento del 40% para finales de siglo, respecto a las cifras que había antes de la revolución industrial.
Otro problema es la descarga de aguas residuales, con orina, heces fecales y detergentes. Ello genera un exceso de nutrientes que, al descomponerse, consumen el oxígeno del agua –eutrofización– y dejan a los peces sin el que necesitan para sobrevivir.
Esto provoca “zonas muertas”, donde la falta de oxígeno impide que se desarrolle la vida, como ocurre cada año en una extensión de 16,000 kilómetros cuadrados en el Golfo de México, según López.
La situación se extiende a Latinoamérica, donde “entre 80 y 85% del agua residual, tanto de uso doméstico como industrial, se descarga sin tratamiento a ríos y océanos. En el Caribe, solo 10% está tratada”, recalca López.
(Ilustraciones: Tinta Dragón / Tec Review)
En México se ha dado un cambio importante en políticas públicas, como la norma 001/2021, que obliga a la industria a tratar las aguas y establece un límite máximo en los vertidos.
Pero “no hay quién vigile el cumplimiento de esta ley en todo el país. Faltan plantas de tratamiento de las aguas y formación para utilizar las existentes”, denuncia Cervantes.
En realidad, las naciones que siguen una normativa estricta para proteger la calidad de sus aguas se cuentan con los dedos de la mano. Dos buenos ejemplos son Japón y Suiza. Otros esfuerzos notables son los de la Unión Europea que obliga a que todas las sustancias químicas sean registradas con una evaluación de toxicidad.
“En Singapur se pide que las aguas que salen de las plantas de tratamiento tengan ya una calidad semipotable y en California se evalúa su toxicidad”, añade Cervantes.
Desde una perspectiva mundial, Océanos Sanos de la ONU marca objetivos ambiciosos para 2030: cuantificar e investigar el daño que los contaminantes emergentes causan a la biodiversidad, reducir de 50 a 90% la basura marina, proteger 30% de los ecosistemas oceánicos y establecer observatorios en zonas profundas del Atlántico.
Por ello, la ONU propone medidas para que las urbes costeras se protejan de la subida del nivel de los mares, propiciada por el calentamiento global, así como coordinar desde el espacio un sistema de monitoreo que anticipe tormentas destructivas.
“Esos mismos satélites, que son parte del Global Ocean Observing System (GOOS), servirán para la vigilancia y detección temprana de las fuentes de basura o vertidos tóxicos”, indica Jesse Ausubel, director del programa de Medioambiente Humano en la Universidad de Rockefeller, Nueva York.
En su opinión, con ayuda de la tecnología, “podremos estar a salvo de desastres como vertidos de petróleo o radioactividad, podremos comer pescado más sano y confiable, disfrutar de la belleza y los placeres recreativos de los mares”.
Los científicos del Centro del Agua para América Latina del Tec también ponen sus esperanzas en la tecnología. Cervantes asegura que “hay áreas de oportunidad para implementar tecnologías prometedoras, como los procesos de oxidación avanzada y la nanotecnología”.
De igual manera, López recalca que acciones de reuso que eliminen las descargas de aguas residuales al alcantarillado y reducir el consumo doméstico de agua en 70% son parte de la solución. Pero insiste en que falta más compromiso de la sociedad y de las autoridades; además, agrega que cada habitante de la Tierra puede actuar para revertir esta situación. “Recordemos que esta es nuestra única casa, una casa compartida por todos”.
Este artículo fue originalmente publicado en la edición 42 de la revista digital Tec Review
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